Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Idas y vueltas

Vueltas. Idas y vueltas. Frená, mirá bien, decidí, elegí, ahora no, ahora sí, ta te ti suerte para mí.

Conectar, dejar fluir, ser, no existír, pasar, seguir, volver, disimular, correr, pensar, mirar atrás, parar, tomar aire, mirar adelante, equivocarse, solucionarlo, intentar, arriesgar, por ese lado sí, por ese lado no.

Vueltas. Idas y vueltas. La vida, maquinaria compleja, industria de destinos, fábrica de éxitos y fracasos, distribuidora de alegrías y tristezas. Caminos, tubos, conectores.

No hay uno correcto. No hay uno imposible. No hay mapa ni plano, no hay manual de instrucciones. La vida se te va enmarañando, se te va madejando, y hay que mirar, pensar, evaluar y decidir. Y meterle para adelante [o para el costado].

Aunque te equivoques. Aunque veas pasar al lado el tren que no tomaste.
Aunque te mueras de ganas de apretar control zeta. Aunque veas sepultadas las palabras que no dijiste. Aunque cambies para probar, aunque cambies para mejorar, aunque cambies para cambiar

Metele para adelante. Remala. Vivila con todas las vueltas. Con todas las idas.

» Crecer

–Madurá –me decía. –Crecé de una vez por todas–. Y me lo decía como un reproche, con tono de "tirón de orejas". Y es que yo no lo podía explicar. No era una cuestión de cobardía, ni de miedo a perder la inocencia y la irresponsabilidad. Pero en cierto modo se trataba de no soltar el "todos juegan" de esa perinola inconsciente que habilita y permite, que vuelve inimputables los errores y las audacias, los arrebatos y los impulsos, las pasiones y los abandonos.

Madurá–, me insistía. –No sabés lo importante que es sentirte una mujer, una mujer viva.– Y yo no quería perder esa infancia blandita de nubes que me recorría la espina dorsal y me convertía los brazos en alas.

Hasta que lo entendí. Y aprendí a mirar con cara seria y los ojos riéndose a carcajadas de inconsciencia. Y aprendí a crecer también con los brazos convertidos en alas [que llegan más lejos].

Madurá, me explicaba, que para que haya una mujer viva, no es necesario que haya una niña muerta.*


[* algo así decía un tatuaje que ví un verano en una persona encantadora. Pero en masculino]

» Premio consuelo

... Ahí, ahí, ¿no lo ves?. Y el colibrí aleteando, suspendido en el aire, posando para mis pupilas, desintegrando el aire, todos los días visitando la misma planta.

Así que me acurruqué debajo, en silencio, cámara en mano, a esperar que se petrificara en el espacio con un click. Y no vino.

Lo esperé un par de eternidades. Probé alejarme un poco, para no intimidarlo. Probé hacerle creer que no lo estaba buscando a él, a ver si lo engañaba. Y no, no vino. Si hasta me pareció escucharlo, camuflado en el hibiscus, riéndose a escondidas con ese “txiki txiki” rapidito de las alas diminutas.

Y en mitad de un bostezo apareció una mariposa. Normalita, tirando a feúcha. Mi premio consuelo, mi "esloquehay", mi "conformate con esto". Y me conformé. Y disparé un click que la congeló en mis pupilas. Y pegué media vuelta y abandoné mi refugio de cazadora de imágenes.

Cuando guardé la cámara lo volví a ver. Agazapado, esta vez, a la vera del Ginkgo biloba. Creo que me guiñó un ojo, se acercó un poco más, aleteó en cámara lenta y se fue. Decidí ignorarlo, yo tenía mi foto de mariposa común, de ninguna especie en extinción, de colores que irradiaban nada. Me anestesió la espera, me aburrió lo difícil, y la mariposa me había devuelto la paz.


Pero, créanme, sigo volviendo cada tanto a sentarme en el pasto húmedo, mirando para arriba, siempre la misma planta. A lo mejor, quien sabe, un día de estos, después de tanto premio consuelo, me toca el premio mayor.

» Tranquila

Confieso que corrí mucho y muy rápido, que derrapé en algunas curvas demasiado rectas, que me salí de mí misma, que rebalsé de mi vaso.

Confieso que ignoré el peligro, que coqueteé con la locura, que toreé la cautela, que chapoteé en el barro y nadé [pecho, espalda y mariposa] en lo desconocido.

Confieso también que amé profunda y descaradamente, que besé todo lo que pude hasta gastarme los labios, que abracé hasta no sentir los brazos, que me fui tantas veces de boca y que en lugar de mentir preferí omitir detalles.

Confieso que me dejé querer de a ratos, que me dejé querer entera, que quise querer y no pude, que pude querer y no quise.

Confieso, sin arrepentirme, que probé la alegría y la tristeza en dosis extremas y sin precauciones, que me sumergí en la música de todo tipo, que bailé con los brazos abiertos y los ojos cerrados, que me reí a carcajadas del destino, que le saqué la lengua a la prudencia y di un paseo largo con la irresponsabilidad.

Confieso que hoy, después de correr, tropezar, caerme, golpearme, levantarme, sacudirme, mirarme y pensar... elijo las calles tranquilas.

No descarto que las avenidas me tienten, que el horizonte me invite a correr, que las cosquillas en los pies me suban hasta el alma. Pero al menos, en las calles tranquilas, las oportunidades andan más quietas y no se me van a pasar de largo.


» [Cada tanto, muy cada tanto, me dan ganas de sentir que me estoy haciendo mayor.]

» Paraguas

Te desprendés de la felicidad como que fuera un bicho feo, que te puede dar una mordedura fatal si te dejás atrapar.
Te la sacás de encima, te queda enorme, como un traje ajeno, en el que no te sentís cómodo. Te sobra de todos lados, te baila, te pica, te raspa, te hace tropezar cuando caminás, te esconde las manos [comidas de nervios], te da calor.
No te sirve, es de otro. No te la reconocés mirándote al espejo [esos espejos "llenos de gente" que tanto odiás]
Por eso, cuando la felicidad amaga con vestirte, te atajás, te hacés a un lado, la dejás pasar. Antes de que te toque, antes de que te envuelva, antes de que se te acomode al cuerpo.
Y siempre, por las dudas, abrís el paraguas antes de que llueva.

» La última vez

Había una Vez.

Era una Vez única, sabía que no había otra Vez.

Se jactaba de ser la primera Vez y a la Vez, la mejor.

Resulta que esta Vez decidió arriesgarse y convertirse en una Vez más... total, por una Vez en la vida...

Y se jugó de una Vez por todas, apostando todo a la Vez, sin darse cuenta de que, en definitiva, se trataba de la última Vez.

» El faro del principio del mundo.

Surgió de la nada. Brotó desde no se sabe bien qué órgano interno de la tierra, [que casi siempre llaman las entrañas]. El asunto es que un día apareció un faro en alguna esquina del mundo.

Y encendió la linterna.

Y las rocas creyeron que el faro las llamaba y fueron a encallar a sus pies.

Y las olas pensaron que la luz que giraba era para ellas y desde entonces no paran de azotarse contra las peñascos, que ya andaban durmiendo una siesta de siglos en esa orilla.

Y las nubes, conjeturaron que los intervalos de luz y sombra debían ser un camino para ellas, y amanecieron una mañana de enero formando remolinos sobre la veleta del faro.

Y fue el principio de todo.

Por eso, cuando me hablan del faro del fin del mundo, me muero de risa, porque yo conozco el secreto: no es el faro del fin del mundo, es el del principio.

Porque de eso se trata, depende de lo que uno vea en los ratos de luz y oscuridad, depende de los secretos que uno conozca, el final, [quizas] sea el mejor principio.

» Arder

Curiosidad. Fue simple curiosidad la que la llevó a aceptar la cerveza, el humo, los besos y los orgasmos [en ese orden].
Total... había abandonado recientemente esa manía de besar sapos esperando que se conviertan en príncipes.
Desafío. Fue simple desafío lo que lo llevó a él a ofrecer descaradamente una y otra vez esas cosas [y algunas otras].
Total... llevaba medio siglo agotador despertando princesas que la jugaban de dormidas.
 

Ella, la mina curiosa, de treintipico. Él, el adultescente desafiante, de veintipico.
Y se dieron eso. Humo, besos y orgasmos. Durante un tiempo. Un tiempo adorablemente largo.
Se dieron toda la intensidad que les salió de adentro [y de afuera].
Se dieron lengüetazos con ganas, y miradas de esas de tenerse ganas.
Se dieron manotazos de ahogado y manos que naufragaron por todos los rincones.
Se dieron una perfecta sobredosis de mimos, música y risas. Y compañía desinteresada, de a ratos.
Cometieron varios excesos, menos el de quererse de más.
Nadie daba un peso por esos dos desparejos. Nadie.
Y aunque no había cuento de hadas, ellos igual ardieron.
Y supieron que no todo lo que arde se quema
Y que no siempre resulta tan peligroso jugar con fuego

Dicen los que los conocen que no hubo colorín colorado ni comieron perdices.
Pero que cada vez que pudieron vivieron felices. Para siempre.
Para ese "siempre" momentáneo que ellos se inventaron cada vez [y todas las veces] que pudieron.

» Santa Rosa

Había llovido toda la noche [tiempo después me enteré de que fue la tormenta de Santa Rosa, que ese año llegó retrasada y no duró varios días como suele durar]
Había llovido mucha lluvia por fuera y mucho vino por dentro.
Y esa pésima combinación [pésima en este pésimo caso imposible] fue la que habilitó primero a las miradas demasiado fijas, después a la cercanía demasiado electrizante y, como era de esperar, se terminaron desatando los besos tanto tiempo rezagados en esa histeria tanto tiempo prolongada.


Que te quiero, le juró él. Y se lo juró con esa complicidad ebria de dedos entrelazados.
¿Por qué no? Se permitió ella. Y dejó que se le escaparan los sentimientos no permitidos.
Y se desparramaron como locos en el colchón [los sentimientos y ellos]
Apocalíptica. La noche se vino abajo, apocalíptica y ruidosa, con esa mezcla de agua golpeando en el techo [el departamento antiguo de ella] y más promesas verborrágicas de vino tinto [las de él]
No supieron en qué momento se quedaron dormidos ni cuándo dejó de llover.
Pero al amanecer, con esa resaca de nubes pintadas que dejan las tormentas, entre charcos de agua y lagunas mentales, abrieron los ojos al mismo tiempo.
Ella vio la espalda de él y pensó otra vez que ¿por qué no?, que ese podía ser un buen comienzo, un amanecer despejado.
Él, sin girar la cabeza no pensó en nada. Murmuró un lastimero y pastoso perdoname antes de encarar la ducha para sacarse de la piel la borrachera de una noche que no debió ser, de una tormenta de Santa Rosa que llegó demasiado tarde y duró una sóla noche.

» Manos


Es increíble que estando tan pero tan en el extremo de uno, hagan tantas cosas.
Que canten, que acaricien, que rasquen, que piquen, que sepan, que lleven, que traigan, que busquen, que encuentren, que agarren, que señalen, que sostengan

Que sostengan mucho.

Las manos. Extremos exquisitos.

» Metas

No soy erudita en nada. No destaco en nada. Nadie me aplaude en las reuniones ni se dan vuelta a mirarme cuando voy por la calle. Soy invisible y soy todo lo que hice en mi vida para ser lo que soy.
Soy, como todos, un ramillete de fracasos y logros, de sueños convertidos en metas, de metas cumplidas y otras tantas incumplidas y vueltas a convertir en sueños.
Soy, como muchos, un manojo de inseguridades, propósitos y ganas de más.

Cargo a cuestas [aunque me cueste horrores] el optimismo como moneda corriente, como billete de cambio.
Porque busco y encuentro y si no encuentro cambio el ángulo de búsqueda.
Pero no son las metas las que me mueven. Son el camino para lograrlas.
Y en ese camino es donde encuentro mis valores.
Porque vale más, muchísimo más, el camino que la meta, porque ahí es donde se aprende a seguir siempre buscando, a seguir siempre queriendo.

Y dicen los que saben, los eruditos de verdad, que a eso... a eso se le llama vivir.

» Dormir

Hablemos de las necesidades. Si usted tiene frío, hambre y sueño, y le dieran a elegir cubrir una, sólo una, de esas necesidades... ¿cuál elige?

Si cubre el frío, usted estará calentito con su cachito de felicidad logrado, pero la panza no le va a parar de hacer ruido, y entre bostezo y bostezo, lo único que va a querer es un chocolate y una cama, olvidándose por completo de que hace un rato, usted tiritaba como si anduviera descalzo por la Antártida.

Si prefiere cubrir el hambre, cualquier alimento que ingiera le va a caer mal, porque el castañeo de los dientes complica la masticación y temblando de frío y sueño, no hay digestión que aguante.

Ahora bien, si elige cubrir la necesidad de sueño, usted será feliz, porque dormido profundamente, ni se dará cuenta del hambre y el frío, y en el peor de los casos, podrá soñar con ríos de dulce de leche y caricias de lana, que la inconsciencia onírica da para todos los gustos y cubre todas las necesidades.

Siga mi consejo: siempre que pueda elija dormir. Duerma, sueñe. Sólo así dejará de sentir hambre y frío [y otras cuantas necesidades que el Genio de la Lámpara de Aladino no anda con ganas de cubrir].

» Montevideo

¿no te pasa que a veces creés estar allá y estás acá?
¿no te pasa que el tiempo no pasa y las distancias no distancian?
Y que volver es VOLVER, con mayúsculas y abrazos y reflexiones y complicidad
Y que lo que queda en el tintero se resuelve en dos palabras
Y que la puesta al día tarda menos que un día y dura dos o tres eternidades.
Volví a volver a verte. Y volví a volver a irme.

Pero en ese paréntesis que me dio el invierno, este invierno díscolo que hasta puso cara de verano para recordarnos el verano adorable que pasamos, dejé huellas enormes y me llevé pasos tranquilos, para andar un rato más...

Y en esa mezcla de nudo en la garganta y emoción reprimida de las despedidas, sé muy bien que no me fui, que estoy ahí, y que tuve [una vez más] Montevideo a mis pies.

» Nubes

Mirá. Fijate. Ves? El cielo está azul, de ese azul invernal que duele de tanto brillo.
Pero no, vos seguís empeñado en inventarle nubes. Y si no existen, si todavía no aparecen, te las rebuscás para verlas a futuro, con esa bola de cristal made in china que te compraste en el Once.
Le buscás la quinta pata al gato y el pelo al huevo
Y aunque la limosna no sea grande, igual, por las dudas, vos desconfiás.

Y ahí, en tu futurología, las viste. Y las enunciás como profecía apocalíptica, con extremismo fundamentalista de talibán radical:
¿Ves las chimeneas? -decís- El humo. El humito ese taaaaan inofensivo que en cualquier momento sale por las chimeneas.. Ese. Ese es el que va a formar las nubes...

Y yo, trato de soplar y espantar a manotazos, a pestañazos, tus nubes imaginarias, y volver a ese cielo azul invierno, que duele de tanto brillo y promete un día despejado.

Un día. Aunque sea uno, pero despejado.

» Nevada imposible

De a poco se te desata el estómago y te vuelve el hambre [el insomnio va a tardar un rato más en irse].
No sabés de dónde pero sacás las ganas. El querer y el poder. El querer poder [el poder querer va a tardar un rato más en volver].
Te cansan los fracasos de cualquier tipo y color.
Y le echás la culpa al invierno, que te empezó a horadar el alma. Le echás la culpa de tus noches largas, del frío en los huesos, del cielo raso de nubes descascarado, maldito invierno que no entiende de endorfinas...
Y Waters desde los parlantes improvisados arriba del tele [sí, arriba] de tu home theater tercermundista te grita: shine on you crazy diamond. Y de a ratos te duele esa guitarra, irrespetuosa de tan constante, y de a ratos te quedás extasiado y dejás que te envuelva y te devuelva la paz.
Un ligero cambio de ritmo [ese saxo que nunca supe cual era, si barítono o qué]...
Y no sabés por qué, pero empezás a convencerte de que la tristeza no te sienta nada bien. Que las esperanzas infundadas son placebos y los placebos son engaños. Que la vida siempre se te brinda en una sóla chance, que las segundas oportunidades son de comedia romántica. Que los finales son finales y los milagros una disciplina que no se practica con frecuencia en tu barrio.
Y cargás las ganas [con la bufanda y los auriculares] y salís a la calle. Y ves que está nevando en la ciudad, en una ciudad que no sabe nevar, una ciudad que pese al frío se reprime las ganas de nevar.
Y le pedís disculpas al invierno por tanta culpa.
Y le sonreís, agradecido, a esa nevada imposible.

» Instrucciones para una limpieza profunda [del alma]

En primer lugar debe barrer las últimas sensaciones de la superficie, con un escobillón de cerdas [no los de plástico] para arrastrarlas parejito y que no se queden en los zócalos del alma.

Luego, coloque en un balde un chorro de limpiador de recuerdos mezclado con 2/3 partes de lágrimas derramadas inutilmente [de esas que siempre abundan] y unas gotas de desinfectante para los males de amores.

Sumerja un trapo suave en el balde y escúrralo bien. Proceda a pasarlo en el sentido contrario a las agujas del reloj, para ir sacando los recuerdos más frescos y así llegar a los que están más arraigados.

Una vez quitado lo superficial es probable que aparezcan heridas que no estaban a la vista. No logrará removerlas pero sí disimularlas. Para ello utilice una esponjita con un producto onírico de amplio aspectro, y así logrará que se mimeticen con algún sueño que haya tenido y no parecerán tan reales.

Hay almas que no se recuperan tan fácilmente, asi que puede que sea necesario pulir para obtener brillo, para lo cual existen en el mercado numerosas fórmulas para hacer brillar el alma, en diferentes presentaciones. Las más conocidas son las franelas de mimos desinteresados, las escobillas de cosquillas para carcajadas sonoras y los guantes de abrazos apretados sin ningún motivo aparente. Estos productos lograrán pulir y hacer brillar su alma, más allá del grado de deterioro que tenga.

Una vez limpia y brillante, su alma estará lista para querer y dejarse querer nuevamente. Le recomendamos especialmente antes de someterla a la peligrosa intemperie, recubrirla de una fina capa de amor propio en spray para que la próxima limpieza no sea tan dificultosa, y evitar así que con el tiempo y las pulidas queden daños que no se puedan reparar, y se generen grietas donde se acumulen recuerdos inaccesibles que nunca [pero nunca] podrá quitar.

» Inviernamente

Convengamos. Somos pocos los que disfrutamos el invierno, esta estación despiadada que deja pelados los árboles, entristece los canteros, manda a dormir a algunos bichos [y otros humanos], resquebraja la piel, el pelo y el alma. El invierno engorda. Frustra paseos y asados, esconde ombligos y dedos gordos de los pies, acobarda trasnochadas y acorta despedidas de zaguán.

A mí me gusta el frío intenso. Me gusta sentirlo en la cara, me llena de vida salir a la calle y, aunque no sea temprano, ganarle de mano al amanecer. Me gusta dormir tapada hasta acá arriba [y tener que entrar en calor más de la cuenta]. Me gusta el color que toman las cosas en invierno, ese tono brumoso, de postal antigua, de libro muy usado, de madera añosa [olorcito a humo y bosque de eucaliptus]...

Pensalo así: el invierno no es más que una primavera latente. Es un descanso, un refugio, un presagio del calor que viene, del estallido. Es dejar macerando el alma, poner en remojo el espíritu, darle un respiro a las emociones, estabilizar sentimientos, para poder encarar, enterito, a esa otra estación que siempre [pero siempre, eh!] está ahí, al otro lado, cruzando el invierno.

Dale, abrigate. Hacé crunch sobre el felpudo de hojas que dejó el otoño y entrá al invierno con la cara al aire, que cuando hayas logrado la paz monótona de los días cortos va a caerte encima una primavera insolente y escandalosa, dispuesta a alborotarte las hormonas.


» Vengo

Hoy vengo a suavizar mis dedos
Aunque siga acariciando a contrapelo

Hoy vengo a escuchar una armonía
aunque lleve rato sonando en contrapunto

Hoy vengo a doblar en la esquina
Aunque no me canse de andar a contramano

Hoy vengo a decir presente
Porque sí, y porque me extrañaba a mí misma
Las últimas cuatro o cinco veces que me morí, me morí de sed, de aburrimiento, de emoción, me morí de calor y de sueño. A veces me muero un poquitito de miedo, y otras veces me muero lenta y largamente de angustia.

Después de morirme, casi siempre resucito bien. Le encuentro la vuelta a esto de volver de mis muertes.

Hay muertes que me matan más que otras. Igual... hace tantas muertes que no me muero de amor....



» Nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. “Pequeña muerte”, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta, y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. “Pequeña muerte”, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser si matándonos nos nace.*

*» Eduardo Galeano | El libro de los abrazos

» Olores

Lo que pasa es que las imágenes se distorsionan, se solapan con sueños casi verdaderos y con vigilias prácticamente soñadas. Y los sonidos se pierden de silbarlos tan bajito y para adentro.

Son los olores los que se encargan de raspar los bordes internos de la memoria y dejar pegaditos los recuerdos. Olores que despiertan murmullos de voces olvidadas, de caras que se habían desdibujado, de melodías que no sabés de qué pulmones venían hacia afuera en esa especie de susurro entredientes [que no llegaba a ser ni letra ni música] entreverada con ese chusss chusss de arrastrar de pies con chancletas.

Pueden tirar abajo la casa, llenarla de nuevos olores, pero nunca jamás van a lograr desprenderte de la memoria el recuerdo de esa infancia con abuelos, con olor a pan y jazmines, a libro y madera, a río y humedades que se te quedó pegado en algún lugar del alma, de por vida.

» Sonrisa invertida

Te acostumbraste a ver sólo las nubes negras que te amenazan desde hace siglos. Tenés la horrible certeza de que esa tormenta gorda que ruge sobre tu cabeza es la mismísima espada de Damocles, pasándote factura por los pocos [crees vos] gramos de felicidad que le compraste al destino a muy mal precio. [Ese mismo destino que crees escrito y juzgás insobornable].

Te revolvés en tu dolor y te largás a llover lágrimas que ya ni mojan de tanto lamento de tantos años, lágrimas cansadas de llorar una pena repetida.
Y justo ahí, en ese momento, cuando te me fuiste para adentro, cuando cerraste los ojos para mirarte el ombligo en ese gesto de soledad hermética que te conozco tanto, al cielo se le ocurrió reflejar una sonrisa de oreja a oreja,
un regalo de luz de siete colores,
una muestra clara de que no todo es tan oscuro,
que tus tormentas no son tan negras
y que tanta lágrima llovida sirvió para que se forme esa sonrisa, que vos no llegaste a ver.


[No, no la viste, ya te habías ido para adentro. Pero te regalo la foto, para que me creas. Para que creas...]

» Recuerdos

Meto la mano en el bolsillo y se me quedan los granitos de arena entre las uñas. Y la sensación me hace sonreír. Porque me hace recordar.
Eso duran las cosas. Un verano.
Y lleno entonces los bolsillos de miles de veranos, de miles de recuerdos de verano. De granitos de arena para recordar
Recordar re-cordis... volver a pasar por el corazón, me apunta el enano enciclopédico que guardo en el cajón de las explicaciones. Y me aclara que no me haga ilusiones, porque para los que inventaron la palabra, el corazón era la mente, no esa cosa emotiva que se pone a latir de más.
Igual, yo sé que el recuerdo no pasa por la mente ni por el corazón, pasa por ese bolsillo con arena
Con granitos de recuerdo que yo puedo tocar
Tocar el recuerdo
Y hacerlo durar
Qué se vaya el verano, entonces, que yo lo hago durar.
Que me apaguen el sol y me cierren bien la playa.
Yo me voy de este verano
Pero me lo llevo en el bolsillo, para que dure un ratito más.

» Stormy Weather

Y ves tormentas en todos lados. Y de los amores imposibles te preocupa más la parte de que sean imposibles que la de que sean amores... Con lo lleno que está el mundo de imposibles y lo carente que está de amores!
Y en esas mañanas tormentosas, cuando se te viene el agua encima, pensás que no, que no vale la pena, que los amores imposibles deberían quedarse en "nuncajamás", en esa nostalgia desteñida de sueños con bandoneón que ligaste en la repartija de algún Ángel Gris de tu barrio, de tu barrio de cuarta...

Pero entonces Dolina te arenga:

»»
"Por eso, señores, si acaso atesoran ustedes uno de estos metejones locos, a no arrepentirse. Sigan soñando y esperando lo imposible. Aunque sepamos que nuestras ilusiones no habrán de cumplirse nunca, sigamos acariciándolas. Lo contrario sería -como pensaba Wimpy- confundir una ilusión con un pagaré.
Será una larga jornada. Muchas veces tendremos ganas de contar nuestra pena, pero no podremos hacerlo, para no profanarla.
Siempre estaremos solos y tristes, pero no es para tanto. Después de todo, ya se sabe que los únicos paraísos que existen son los paraísos perdidos."
*««


»* Pedacito de “Balada del amor imposible” | Alejandro Dolina | Crónicas del Ángel Gris


» Entrar | Salir

Resulta que los otros días, andaba yo sentada a las puertas de mí misma, mirando ese umbral que me invitaba a lo peor [lo mejor?] de mí, cuando caí en la cuenta de que llevaba demasiado tiempo en esa posición, mirando la entrada [salida?] con ojos de quien no se decide a mover.

Y me preguntaba si me llevaba [traía?] a algún lado esa puerta.
Y me moría de curiosidad y me moría de miedo y me moría de duda.

Pero la quietud me mataba más...
Así que me mandé.
La pensé un rato, estiré las rodillas [las hice sonar para los costados] y me mandé.
Me subí las medias, me sacudí la ropa, me acomodé el pelo atrás de las orejas [porque uno no puede entrar a uno mismo en esas condiciones] y me mandé.
Mientras me alejaba [me acercaba?] miré por encima del hombro ese umbral vacío de mí misma y sonreí al pensar la cantidad de veces que me salgo un rato aunque más no sea, para volver a sentir las ganas de volver a entrar.