Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Premio consuelo

... Ahí, ahí, ¿no lo ves?. Y el colibrí aleteando, suspendido en el aire, posando para mis pupilas, desintegrando el aire, todos los días visitando la misma planta.

Así que me acurruqué debajo, en silencio, cámara en mano, a esperar que se petrificara en el espacio con un click. Y no vino.

Lo esperé un par de eternidades. Probé alejarme un poco, para no intimidarlo. Probé hacerle creer que no lo estaba buscando a él, a ver si lo engañaba. Y no, no vino. Si hasta me pareció escucharlo, camuflado en el hibiscus, riéndose a escondidas con ese “txiki txiki” rapidito de las alas diminutas.

Y en mitad de un bostezo apareció una mariposa. Normalita, tirando a feúcha. Mi premio consuelo, mi "esloquehay", mi "conformate con esto". Y me conformé. Y disparé un click que la congeló en mis pupilas. Y pegué media vuelta y abandoné mi refugio de cazadora de imágenes.

Cuando guardé la cámara lo volví a ver. Agazapado, esta vez, a la vera del Ginkgo biloba. Creo que me guiñó un ojo, se acercó un poco más, aleteó en cámara lenta y se fue. Decidí ignorarlo, yo tenía mi foto de mariposa común, de ninguna especie en extinción, de colores que irradiaban nada. Me anestesió la espera, me aburrió lo difícil, y la mariposa me había devuelto la paz.


Pero, créanme, sigo volviendo cada tanto a sentarme en el pasto húmedo, mirando para arriba, siempre la misma planta. A lo mejor, quien sabe, un día de estos, después de tanto premio consuelo, me toca el premio mayor.

» Tranquila

Confieso que corrí mucho y muy rápido, que derrapé en algunas curvas demasiado rectas, que me salí de mí misma, que rebalsé de mi vaso.

Confieso que ignoré el peligro, que coqueteé con la locura, que toreé la cautela, que chapoteé en el barro y nadé [pecho, espalda y mariposa] en lo desconocido.

Confieso también que amé profunda y descaradamente, que besé todo lo que pude hasta gastarme los labios, que abracé hasta no sentir los brazos, que me fui tantas veces de boca y que en lugar de mentir preferí omitir detalles.

Confieso que me dejé querer de a ratos, que me dejé querer entera, que quise querer y no pude, que pude querer y no quise.

Confieso, sin arrepentirme, que probé la alegría y la tristeza en dosis extremas y sin precauciones, que me sumergí en la música de todo tipo, que bailé con los brazos abiertos y los ojos cerrados, que me reí a carcajadas del destino, que le saqué la lengua a la prudencia y di un paseo largo con la irresponsabilidad.

Confieso que hoy, después de correr, tropezar, caerme, golpearme, levantarme, sacudirme, mirarme y pensar... elijo las calles tranquilas.

No descarto que las avenidas me tienten, que el horizonte me invite a correr, que las cosquillas en los pies me suban hasta el alma. Pero al menos, en las calles tranquilas, las oportunidades andan más quietas y no se me van a pasar de largo.


» [Cada tanto, muy cada tanto, me dan ganas de sentir que me estoy haciendo mayor.]

» Paraguas

Te desprendés de la felicidad como que fuera un bicho feo, que te puede dar una mordedura fatal si te dejás atrapar.
Te la sacás de encima, te queda enorme, como un traje ajeno, en el que no te sentís cómodo. Te sobra de todos lados, te baila, te pica, te raspa, te hace tropezar cuando caminás, te esconde las manos [comidas de nervios], te da calor.
No te sirve, es de otro. No te la reconocés mirándote al espejo [esos espejos "llenos de gente" que tanto odiás]
Por eso, cuando la felicidad amaga con vestirte, te atajás, te hacés a un lado, la dejás pasar. Antes de que te toque, antes de que te envuelva, antes de que se te acomode al cuerpo.
Y siempre, por las dudas, abrís el paraguas antes de que llueva.