Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Buzones

En los tiempos donde la palabra escrita y sellada a lengüetazos de sobre tenía un valor especial, los buzones cumplían una misión muy importante. Eran los custodios de esas palabras, los encargados de mantener incorruptos los juramentos de amor, de preservar la frescura y la espontaneidad de los relatos y los chismes, de conservar los sentimientos y los significados con la intensidad con que fueron escritos, de sostener en pie invitaciones y rechazos...

Los buzones sabían respetar [y congelar] ese otro tiempo real, ese que transcurría entre el momento en el que las palabras salían de la mano y se encerraban en un sobre [con premeditación, alevosía, y sello postal], y el instante en el que otros ojos las leían.

En pleno tercer milenio yo sigo mandando cartas con manchitas de tinta y borrones, sin pasarlas en limpio, palabras en crudo... pero ya no me fío nada del poder de los buzones.

Me contaron que el tiempo y la falta de uso los fueron deteriorando, que hoy están llenos de agujeritos por donde se escapan las pasiones y la espontaneidad. Ya no pueden conservar adecuadamente la fuerza de la palabra, y cuando la carta llega a destino, suele llegar medio rancia, con vestigios de la sinceridad con la que fue escrita.

Así que puede ser que un día de estos encuentres en tu buzón, desorientada entre las ofertas del súper y la boleta del gas, una carta con estampilla. Puede ser que la abras y esté vacía, que las palabras se hayan evaporado en el buzón [con su incapacidad de retenerlas, intactas].

Pero si así y todo insistieras y lograras leer alguna de esas palabras, no les hagas caso, perdieron su fuerza, son palabras leídas a destiempo, vacías de emociones, desnudas de pasión, que alimentaron un rato el buzón de mi alma y hoy llegan a vos borradas, en silencio, casi muertas.