Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Santa Rosa

Había llovido toda la noche [tiempo después me enteré de que fue la tormenta de Santa Rosa, que ese año llegó retrasada y no duró varios días como suele durar]
Había llovido mucha lluvia por fuera y mucho vino por dentro.
Y esa pésima combinación [pésima en este pésimo caso imposible] fue la que habilitó primero a las miradas demasiado fijas, después a la cercanía demasiado electrizante y, como era de esperar, se terminaron desatando los besos tanto tiempo rezagados en esa histeria tanto tiempo prolongada.


Que te quiero, le juró él. Y se lo juró con esa complicidad ebria de dedos entrelazados.
¿Por qué no? Se permitió ella. Y dejó que se le escaparan los sentimientos no permitidos.
Y se desparramaron como locos en el colchón [los sentimientos y ellos]
Apocalíptica. La noche se vino abajo, apocalíptica y ruidosa, con esa mezcla de agua golpeando en el techo [el departamento antiguo de ella] y más promesas verborrágicas de vino tinto [las de él]
No supieron en qué momento se quedaron dormidos ni cuándo dejó de llover.
Pero al amanecer, con esa resaca de nubes pintadas que dejan las tormentas, entre charcos de agua y lagunas mentales, abrieron los ojos al mismo tiempo.
Ella vio la espalda de él y pensó otra vez que ¿por qué no?, que ese podía ser un buen comienzo, un amanecer despejado.
Él, sin girar la cabeza no pensó en nada. Murmuró un lastimero y pastoso perdoname antes de encarar la ducha para sacarse de la piel la borrachera de una noche que no debió ser, de una tormenta de Santa Rosa que llegó demasiado tarde y duró una sóla noche.

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