Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!
Las últimas cuatro o cinco veces que me morí, me morí de sed, de aburrimiento, de emoción, me morí de calor y de sueño. A veces me muero un poquitito de miedo, y otras veces me muero lenta y largamente de angustia.

Después de morirme, casi siempre resucito bien. Le encuentro la vuelta a esto de volver de mis muertes.

Hay muertes que me matan más que otras. Igual... hace tantas muertes que no me muero de amor....



» Nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. “Pequeña muerte”, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta, y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. “Pequeña muerte”, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser si matándonos nos nace.*

*» Eduardo Galeano | El libro de los abrazos

» Olores

Lo que pasa es que las imágenes se distorsionan, se solapan con sueños casi verdaderos y con vigilias prácticamente soñadas. Y los sonidos se pierden de silbarlos tan bajito y para adentro.

Son los olores los que se encargan de raspar los bordes internos de la memoria y dejar pegaditos los recuerdos. Olores que despiertan murmullos de voces olvidadas, de caras que se habían desdibujado, de melodías que no sabés de qué pulmones venían hacia afuera en esa especie de susurro entredientes [que no llegaba a ser ni letra ni música] entreverada con ese chusss chusss de arrastrar de pies con chancletas.

Pueden tirar abajo la casa, llenarla de nuevos olores, pero nunca jamás van a lograr desprenderte de la memoria el recuerdo de esa infancia con abuelos, con olor a pan y jazmines, a libro y madera, a río y humedades que se te quedó pegado en algún lugar del alma, de por vida.