Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Miradas

"El hombre de mi vida no tiene los ojos claros", se jactaba ella alejándose de ese par de faroles que le querían robar el teléfono.
El hombre de su vida, el que la había dejado destrozada y sin ganas de mirar otras miradas, tenía un par de ojos comunes, de esos marrones. No "miel" o "pardos"... Sólo marrones. Inquietantes ojos marrones que sabían mirar allá adentro, donde se clavan las miradas más profundas. Ojos color Río de la Plata.
La cuestión es que los nuevos ojos claros le robaron algo más que el teléfono y ella empezó a verse linda reflejada en esos ojos. Empezó a arreglarse para esa mirada, a sonreirle al teléfono que ya la había acostumbrado a un silencio angustiante. Empezó a buscar la aprobación en su propia mirada, nublada todavía por la tormenta de aquellos ojos color Río de la Plata que la habían dejado ciega.
Definitivamente el pibe de los ojos claros no fue el hombre de su vida. Pasó. Como pasaron varios pares de ojos más. De todos los colores.
Pero ella se dio cuenta de que no importaba el color, que el hombre de su vida tiene los ojos del color que se le ponen a ella cuando naufraga inexorablemente, con los ojos y el corazón abierto, en esa otra mirada.
Por eso sigue mirando. Y mirándose. En otros ojos. De cualquier color.

» Limbo

No sé, es raro.
De repente la nostalgia por las cosas perdidas se me mezcla con la melancolía por las cosas que nunca voy a tener.
Nostalgia y melancolía. Pérdidas.
La melancolía, esa sensación como de duelo por una pérdida, sin conocer los motivos ni el objeto que se perdió. Y la nostalgia, dulce dolor, dulce recuerdo de lo que se tuvo, de lo que dejó de ser.
Objetos guardados para siempre. O rotos, y por lo tanto inútiles y prescindibles.
Montañas de sabores y sinsabores acumulados en la esquina más oscura del rincón más remoto de la habitación menos habitada. Telaraña y polvo cubriendo recuerdos que se desesperan por permanecer, pese a todo. Y la memoria, que se desespera por borrar un pasado que no quiso ser y por inventar los recuerdos de un futuro que no va a ser.

Y se me congelan cosas al medio, y se me estancan personas en ese limbo impreciso, carentes de pasado, inacomodables en el futuro.

Nostalgia y melancolía. No sé, es raro.

» Medias

Se me amontonaron las dos docenas y media de tequieros que dejaste del lado de afuera de la puerta de mi hermetismo.
Se te escaparon, no se... se te escurrieron y quedaron ahí, en el felpudo, queriendo a medias y a las apuradas. Queriendo con ese querer sintético de felicidad sintética.
Te quiero... porque no te tengo conjeturás, como un teorema del capricho, y lo resolvés tratando de leer el resultado entre la hipotenusa de mi alma y los catetos de mis ojos [dividido dos], dándote una mirada tan a medias.
“Tan poco tuyo que ahora soy yo y nunca fui tan de nadie”, le robás sin proponértelo a Jorge el juego de palabras y desde la mesa de luz me mira un Galeano dedicado, dedicado a medias, pidiendo a gritos que “lo use y lo tire”.
Y yo te vuelvo a espiar desde mi hermetismo, te espío de reojo adentro de esos ojos medio azules,
pateo con la punta del zapato dos o tres tequieros que siguen ahí, como queriendo filtrarse y dudo.
Dudo si dejarme querer tan a medias

Porque las medias... lo sabemos: las medias son para los pies.

» Malas palabras

Divertida y perpleja, siendo chica y bien educadita, ante una magnífica puteada que se le escapó a un adulto, me tocó escuchar la “máxima” con la que se defendió [y que fue mi habeas corpus en más de una ocasión]: “No existen las malas palabras, sino las malas intenciones al usarlas”.
Las palabras no son nada si no las cargamos nosotros de significados. Arañitas y garrapatas. Astas curvas, rectas y colgantes. Virgulillas, tarabitas y pilastras. Puntos sobre las ies [y las jotas?] que sueltas no significan nada.
Puedo pasarme la noche enhebrando letras para formar palabras, hilvanando palabras para alinear oraciones y amontonarlas en algún rincón de mi silencio para despejar dudas. Basta con que alguien las lea y les de un significado para que esas palabras me representen, me definan, me traicionen desnudando mi alma.
No existen las malas palabras.
Y se me aparece la palabra “LIBRE” en la cerradura de una puerta, irónica, paradójica. Carente totalmente de verdadero significado. En una puerta que cuando muestra descaradamente la facultad de “libre” invita a pasar al encierro, y desde adentro, con pegarle media vueltita a esa libertad, no sólo se consigue cerrar herméticamente la puerta, sino que además se señala, sin equívocos, que la libertad quedó “ocupada”.

Malas palabras, malas intenciones... A veces es preferible el silencio.

» Despetalizando girasoles

Deshojar margaritas" [¿por qué no se le dirá "despetalizar"?]

Sí, lo reconozco, alguna vez "despetalicé" margaritas... "me quiere | no me quiere". Pero terminaba haciéndome trampa: si el último pétalo caía en "no me quiere", me quedaba con que el tallo valía por un "me quiere".

Más adelante me permití la licencia de agregar las alternativas de "mucho | poquito | nada"...

Y entonces descubrí los girasoles, que eran como margaritas grandotas. Y ahí sí, entré a sumarle variables del estilo: me quiere más o menos | me quiere con locura | me quiere relativamente | me quiere pero está confundido | me quiere horrores | me quiere de a ratos | me quiere demasiado | casi que me quiere...

Porque convengamos: en estas cosas del querer tiene que haber matices, muchos matices, variables, estados de ánimo, vaivenes...

Quereme de a ratos. Mucho, poquito o relativamente. Pero quereme.



» "Ven a dormir conmigo. No haremos el amor: él nos hará" | Julio Cortázar