Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Viento en contra

Mirás ese sol frío y debilucho de otoño y le hacés frente. La calle está desierta [o al menos para vos, que la gente te resbala, invisible en tu autismo por opción]
Tenés las ganas. Y pedaleás cantando fuerte, desafinando en tu sordera de emepetrés.
La calle se alarga. La calle es un fideo gris interminable. Y seguís. Una subida demasiado empinada, apretás el ritmo, le metés más pierna, más garra, cantás hasta escucharte. Y seguís. Difícil, pero seguís.

Y entonces te das cuenta. Ya no es el frío en las manos, la cuesta arriba que te cuesta tanto, la falta de ganas.
Es ese viento en contra, que te azota la cara, que zumba en tu sordera, que te tira para atrás, que no te deja avanzar.
Podés bajarte de la bici y seguir caminando, más lento, con el viento en contra y la bici pesándote como una culpa que no buscaste cargar.
Podés quedarte ahí, clavado a tu rueda inmóvil, esperando alguna racha [que llega tarde] o una calma chicha [que nunca llega].

O podés seguir, cantando fuerte, pero en otra dirección... Total, las ganas las tenés y siempre para algún lado, el viento te va a soplar a favor.


» La gravedad del otoño

En el otoño la Ley de Gravedad funciona de otra manera, por algo se caen las hojas de los árboles.

Yo lo puedo probar: a mí se me caen demasiadas cosas en el otoño. Se me cae el pelo mucho más de lo habitual. Se me caen algunos ídolos y algunos estandartes que creía firmemente embanderados. Hay tardes de otoño en que se me caen los ánimos y ciertas madrugadas que se me cae la ceniza del cigarrillo junto con algunas lágrimas.


En otoño tengo que tener cuidado porque se me puede caer la autoestima, o se me puede ir el alma al piso sin motivos aparentes. O caminando por cualquier calle, barriendo con los zapatos las migas de los árboles, se me puede caer una sonrisa, como sin querer. O algunos suspiros [se me caen varios suspiros].


El otoño hace que se me caigan de la cabeza, junto con el pelo, pensamientos extraños. Y también algunas ilusiones. Y no se extrañen si por ahí ven, [o creen ver] que se me resbalan unas ganas, unas terribles ganas, de que me quieran más de la cuenta.


[No se les vaya a ocurrir hacerme caso, es culpa del otoño, que funciona con una gravedad distinta, que hace que se me caiga el amor de las manos].


» Canción: When All The Stars Were Falling | Lisa Loeb | Album: Tails [1995]

When all the stars were falling,
I reached up like you said.
All the stars were falling, one hit me in the head,
and I fell down, down, down.
I fell down, down.

When all the stars were falling,
They fell from above
And I thought of hate, and I thought of hate,
And then I thought of love.
And I fell down, down, down,
I fell down, down.

And I’ve learned how to dance from a Vincent Van Gogh,
And the nights were wrapped in a white sheet,
And now no one even says hello,
cause I couldnt stand on my two feet
I fell down
I fell down.
Now the peace you will find, in your own you have found,
The lights of the city are the stars on the ground.
“I may not be a quaalude living in a speed zone”,(*)
But I could be restful, I could be someone’s home,
If I fell down,
And I fell down, down.
Now all the stars have fallen.


(*) Quoted from a New York City cab driver 

» Promesa de lluvia

Llevaba días deseando la lluvia. Me aburren los cielos siempre azules. Necesito chaparrones de vez en cuando [la dosis justa... ¿una vez por semana?]

El calor venía amasando una buena tormenta, de esas violetas y grises, con pinta de cabronas. ¡Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva!.

Abrí todas las ventanas porque al aire se le ocurrió ponerse fresquito, con olor a "va-a-llover" y albahaca de las macetas. Los relámpagos cruzaban desde todos lados dando, gratis, un show de luces en el pedazo de cielo cuadrado de mi patio cuadrado. Para el aplauso, de verdad.

Y estalló el agua. Y empezó a llover, no desde arriba, sino como de costado, paralela al horizonte corría el agua. Y llovió fuerte, llovió mucha lluvia... pero llovió un rato, nada más...

A veces pienso que esta ciudad no sabe nada, y por no saber, ni siquiera sabe llover.


» Cuento Chino

Él se moría por ir a una parrillita en la costanera.
Ella hubiera matado por un plato de pastas caseras.
Pero terminaron en un restaurante de comida oriental.
A él le pareció bien sofisticado.
A ella le pareció mal decir que no.
El menú era inentendible, los mozos prácticamente mudos y los tenedores una especie en extinción.
Eligieron al azar. O por el precio [lo menos caro].
Seis o siete intentos con los palitos y ninguno de los dos quiso arriesgar más. Demasiados papelones para una primera cita.
Se resolvió un "no-tengo-hambre" por unanimidad.
Ella se excusó y dijo que iba al baño.
A los veinte minutos él decidió que ella no iba a volver.
Pidió la cuenta, pagó y se fue sin dejar propina.
Mientras ella caminaba buscando un taxi, mareada por los olores y colores de una comida que no probó, pensó que pucha, qué macana, pero menos mal que me di cuenta en la primera cita, que al amor no lo entiendo en ideogramas y dragones y que cuando llegue a casa me hago un plato de fideos con manteca y queso
Mientras él caminaba hasta el auto, mareado por el vino que terminó tomándose solo pensó que pucha, qué macana, que era linda mina pero rara, que las mujeres para mí siguen siendo chino básico y que mejor paso por el puestito de la esquina y me como un choripán.

» Animal de costumbre

Se equivocaron. Los patos se equivocaron. Pensaron que había laguna, pero no había. Pensaron que quizás llegaría el agua, que llovería como en el bíblico diluvio universal y brotaría el lago. Pero no llovió.

Y se fueron acostumbrando.

Se acostumbraron a nadar sobre la tierra, a flotar en la dureza del terreno, a mecerse sin olas, sólo con el viento, que arrastra polvo y ensucia las plumas.

Y se fueron quedando, adormecidos de rutina y tedio.

Y quizás un día empiece a llover. Y se inunde de agua todo el terreno. Y las plumas se mojen y las alas se hundan. Y floten a la deriva, llevados por la corriente.

O no... O puede ser que cuando llegue el agua, estén tan, pero tan acostumbrados a la sequía, que terminen ahogados.

El hombre. El hombre se equivoca. Y espera el cambio...

Pero se acostumbra.

» Gotas

"gota de aceite en medio de toda el agua inmaculada"

Así te gusta sentirte
Y todo lo que nos separa nos protege de todo
Y así y todo... se ve lindo.

Dejate llover.
Dejate pintar de colores.
Que a través del vidrio, de a ratos y aunque sea por poco tiempo...
te ves brillar.

» Miradas

"El hombre de mi vida no tiene los ojos claros", se jactaba ella alejándose de ese par de faroles que le querían robar el teléfono.
El hombre de su vida, el que la había dejado destrozada y sin ganas de mirar otras miradas, tenía un par de ojos comunes, de esos marrones. No "miel" o "pardos"... Sólo marrones. Inquietantes ojos marrones que sabían mirar allá adentro, donde se clavan las miradas más profundas. Ojos color Río de la Plata.
La cuestión es que los nuevos ojos claros le robaron algo más que el teléfono y ella empezó a verse linda reflejada en esos ojos. Empezó a arreglarse para esa mirada, a sonreirle al teléfono que ya la había acostumbrado a un silencio angustiante. Empezó a buscar la aprobación en su propia mirada, nublada todavía por la tormenta de aquellos ojos color Río de la Plata que la habían dejado ciega.
Definitivamente el pibe de los ojos claros no fue el hombre de su vida. Pasó. Como pasaron varios pares de ojos más. De todos los colores.
Pero ella se dio cuenta de que no importaba el color, que el hombre de su vida tiene los ojos del color que se le ponen a ella cuando naufraga inexorablemente, con los ojos y el corazón abierto, en esa otra mirada.
Por eso sigue mirando. Y mirándose. En otros ojos. De cualquier color.

» Limbo

No sé, es raro.
De repente la nostalgia por las cosas perdidas se me mezcla con la melancolía por las cosas que nunca voy a tener.
Nostalgia y melancolía. Pérdidas.
La melancolía, esa sensación como de duelo por una pérdida, sin conocer los motivos ni el objeto que se perdió. Y la nostalgia, dulce dolor, dulce recuerdo de lo que se tuvo, de lo que dejó de ser.
Objetos guardados para siempre. O rotos, y por lo tanto inútiles y prescindibles.
Montañas de sabores y sinsabores acumulados en la esquina más oscura del rincón más remoto de la habitación menos habitada. Telaraña y polvo cubriendo recuerdos que se desesperan por permanecer, pese a todo. Y la memoria, que se desespera por borrar un pasado que no quiso ser y por inventar los recuerdos de un futuro que no va a ser.

Y se me congelan cosas al medio, y se me estancan personas en ese limbo impreciso, carentes de pasado, inacomodables en el futuro.

Nostalgia y melancolía. No sé, es raro.

» Medias

Se me amontonaron las dos docenas y media de tequieros que dejaste del lado de afuera de la puerta de mi hermetismo.
Se te escaparon, no se... se te escurrieron y quedaron ahí, en el felpudo, queriendo a medias y a las apuradas. Queriendo con ese querer sintético de felicidad sintética.
Te quiero... porque no te tengo conjeturás, como un teorema del capricho, y lo resolvés tratando de leer el resultado entre la hipotenusa de mi alma y los catetos de mis ojos [dividido dos], dándote una mirada tan a medias.
“Tan poco tuyo que ahora soy yo y nunca fui tan de nadie”, le robás sin proponértelo a Jorge el juego de palabras y desde la mesa de luz me mira un Galeano dedicado, dedicado a medias, pidiendo a gritos que “lo use y lo tire”.
Y yo te vuelvo a espiar desde mi hermetismo, te espío de reojo adentro de esos ojos medio azules,
pateo con la punta del zapato dos o tres tequieros que siguen ahí, como queriendo filtrarse y dudo.
Dudo si dejarme querer tan a medias

Porque las medias... lo sabemos: las medias son para los pies.

» Malas palabras

Divertida y perpleja, siendo chica y bien educadita, ante una magnífica puteada que se le escapó a un adulto, me tocó escuchar la “máxima” con la que se defendió [y que fue mi habeas corpus en más de una ocasión]: “No existen las malas palabras, sino las malas intenciones al usarlas”.
Las palabras no son nada si no las cargamos nosotros de significados. Arañitas y garrapatas. Astas curvas, rectas y colgantes. Virgulillas, tarabitas y pilastras. Puntos sobre las ies [y las jotas?] que sueltas no significan nada.
Puedo pasarme la noche enhebrando letras para formar palabras, hilvanando palabras para alinear oraciones y amontonarlas en algún rincón de mi silencio para despejar dudas. Basta con que alguien las lea y les de un significado para que esas palabras me representen, me definan, me traicionen desnudando mi alma.
No existen las malas palabras.
Y se me aparece la palabra “LIBRE” en la cerradura de una puerta, irónica, paradójica. Carente totalmente de verdadero significado. En una puerta que cuando muestra descaradamente la facultad de “libre” invita a pasar al encierro, y desde adentro, con pegarle media vueltita a esa libertad, no sólo se consigue cerrar herméticamente la puerta, sino que además se señala, sin equívocos, que la libertad quedó “ocupada”.

Malas palabras, malas intenciones... A veces es preferible el silencio.

» Despetalizando girasoles

Deshojar margaritas" [¿por qué no se le dirá "despetalizar"?]

Sí, lo reconozco, alguna vez "despetalicé" margaritas... "me quiere | no me quiere". Pero terminaba haciéndome trampa: si el último pétalo caía en "no me quiere", me quedaba con que el tallo valía por un "me quiere".

Más adelante me permití la licencia de agregar las alternativas de "mucho | poquito | nada"...

Y entonces descubrí los girasoles, que eran como margaritas grandotas. Y ahí sí, entré a sumarle variables del estilo: me quiere más o menos | me quiere con locura | me quiere relativamente | me quiere pero está confundido | me quiere horrores | me quiere de a ratos | me quiere demasiado | casi que me quiere...

Porque convengamos: en estas cosas del querer tiene que haber matices, muchos matices, variables, estados de ánimo, vaivenes...

Quereme de a ratos. Mucho, poquito o relativamente. Pero quereme.



» "Ven a dormir conmigo. No haremos el amor: él nos hará" | Julio Cortázar