Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

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Resulta que los otros días, andaba yo sentada a las puertas de mí misma, mirando ese umbral que me invitaba a lo peor [lo mejor?] de mí, cuando caí en la cuenta de que llevaba demasiado tiempo en esa posición, mirando la entrada [salida?] con ojos de quien no se decide a mover.

Y me preguntaba si me llevaba [traía?] a algún lado esa puerta.
Y me moría de curiosidad y me moría de miedo y me moría de duda.

Pero la quietud me mataba más...
Así que me mandé.
La pensé un rato, estiré las rodillas [las hice sonar para los costados] y me mandé.
Me subí las medias, me sacudí la ropa, me acomodé el pelo atrás de las orejas [porque uno no puede entrar a uno mismo en esas condiciones] y me mandé.
Mientras me alejaba [me acercaba?] miré por encima del hombro ese umbral vacío de mí misma y sonreí al pensar la cantidad de veces que me salgo un rato aunque más no sea, para volver a sentir las ganas de volver a entrar.