Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Nevada imposible

De a poco se te desata el estómago y te vuelve el hambre [el insomnio va a tardar un rato más en irse].
No sabés de dónde pero sacás las ganas. El querer y el poder. El querer poder [el poder querer va a tardar un rato más en volver].
Te cansan los fracasos de cualquier tipo y color.
Y le echás la culpa al invierno, que te empezó a horadar el alma. Le echás la culpa de tus noches largas, del frío en los huesos, del cielo raso de nubes descascarado, maldito invierno que no entiende de endorfinas...
Y Waters desde los parlantes improvisados arriba del tele [sí, arriba] de tu home theater tercermundista te grita: shine on you crazy diamond. Y de a ratos te duele esa guitarra, irrespetuosa de tan constante, y de a ratos te quedás extasiado y dejás que te envuelva y te devuelva la paz.
Un ligero cambio de ritmo [ese saxo que nunca supe cual era, si barítono o qué]...
Y no sabés por qué, pero empezás a convencerte de que la tristeza no te sienta nada bien. Que las esperanzas infundadas son placebos y los placebos son engaños. Que la vida siempre se te brinda en una sóla chance, que las segundas oportunidades son de comedia romántica. Que los finales son finales y los milagros una disciplina que no se practica con frecuencia en tu barrio.
Y cargás las ganas [con la bufanda y los auriculares] y salís a la calle. Y ves que está nevando en la ciudad, en una ciudad que no sabe nevar, una ciudad que pese al frío se reprime las ganas de nevar.
Y le pedís disculpas al invierno por tanta culpa.
Y le sonreís, agradecido, a esa nevada imposible.

» Instrucciones para una limpieza profunda [del alma]

En primer lugar debe barrer las últimas sensaciones de la superficie, con un escobillón de cerdas [no los de plástico] para arrastrarlas parejito y que no se queden en los zócalos del alma.

Luego, coloque en un balde un chorro de limpiador de recuerdos mezclado con 2/3 partes de lágrimas derramadas inutilmente [de esas que siempre abundan] y unas gotas de desinfectante para los males de amores.

Sumerja un trapo suave en el balde y escúrralo bien. Proceda a pasarlo en el sentido contrario a las agujas del reloj, para ir sacando los recuerdos más frescos y así llegar a los que están más arraigados.

Una vez quitado lo superficial es probable que aparezcan heridas que no estaban a la vista. No logrará removerlas pero sí disimularlas. Para ello utilice una esponjita con un producto onírico de amplio aspectro, y así logrará que se mimeticen con algún sueño que haya tenido y no parecerán tan reales.

Hay almas que no se recuperan tan fácilmente, asi que puede que sea necesario pulir para obtener brillo, para lo cual existen en el mercado numerosas fórmulas para hacer brillar el alma, en diferentes presentaciones. Las más conocidas son las franelas de mimos desinteresados, las escobillas de cosquillas para carcajadas sonoras y los guantes de abrazos apretados sin ningún motivo aparente. Estos productos lograrán pulir y hacer brillar su alma, más allá del grado de deterioro que tenga.

Una vez limpia y brillante, su alma estará lista para querer y dejarse querer nuevamente. Le recomendamos especialmente antes de someterla a la peligrosa intemperie, recubrirla de una fina capa de amor propio en spray para que la próxima limpieza no sea tan dificultosa, y evitar así que con el tiempo y las pulidas queden daños que no se puedan reparar, y se generen grietas donde se acumulen recuerdos inaccesibles que nunca [pero nunca] podrá quitar.

» Inviernamente

Convengamos. Somos pocos los que disfrutamos el invierno, esta estación despiadada que deja pelados los árboles, entristece los canteros, manda a dormir a algunos bichos [y otros humanos], resquebraja la piel, el pelo y el alma. El invierno engorda. Frustra paseos y asados, esconde ombligos y dedos gordos de los pies, acobarda trasnochadas y acorta despedidas de zaguán.

A mí me gusta el frío intenso. Me gusta sentirlo en la cara, me llena de vida salir a la calle y, aunque no sea temprano, ganarle de mano al amanecer. Me gusta dormir tapada hasta acá arriba [y tener que entrar en calor más de la cuenta]. Me gusta el color que toman las cosas en invierno, ese tono brumoso, de postal antigua, de libro muy usado, de madera añosa [olorcito a humo y bosque de eucaliptus]...

Pensalo así: el invierno no es más que una primavera latente. Es un descanso, un refugio, un presagio del calor que viene, del estallido. Es dejar macerando el alma, poner en remojo el espíritu, darle un respiro a las emociones, estabilizar sentimientos, para poder encarar, enterito, a esa otra estación que siempre [pero siempre, eh!] está ahí, al otro lado, cruzando el invierno.

Dale, abrigate. Hacé crunch sobre el felpudo de hojas que dejó el otoño y entrá al invierno con la cara al aire, que cuando hayas logrado la paz monótona de los días cortos va a caerte encima una primavera insolente y escandalosa, dispuesta a alborotarte las hormonas.


» Vengo

Hoy vengo a suavizar mis dedos
Aunque siga acariciando a contrapelo

Hoy vengo a escuchar una armonía
aunque lleve rato sonando en contrapunto

Hoy vengo a doblar en la esquina
Aunque no me canse de andar a contramano

Hoy vengo a decir presente
Porque sí, y porque me extrañaba a mí misma