Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Colecciones

Tengo la maldita costumbre de acumular cosas. Coleccionar cosas. Inventar colecciones a partir de dos o tres objetos que repiten un patrón o tienen algo en común. Y así arranqué con las cajitas de fósforos, con los sobrecitos de azúcar; seguí con los lápices, las gomas de borrar y papeles de todo tipo; alguna que otra vez lo intenté [sin suerte] con posavasos, boletos de colectivo y almanaques... 

Hay gente que no entiende mis minicolecciones. No cuestan nada, son cosas que no se compran pero para mí valen oro. Como mis monedas. Viejas, oxidadas, ya no "cuestan" lo que señala el número.
No son ni antiguas ni valiosas. Son recuerdos de distintos lugares, de distintas personas.

Eso colecciono también: personas. Tienen que tener cosas en común, como toda colección. Y entonces voy por la vida juntando personas que tengan el corazón grandísimo, la risa contagiosa [si es con arruguitas a los costados o con hoyitos, mejor], un alma a prueba de balas, un aguante a prueba de yo misma, y la grandeza suficiente para que terminen valiéndome muchísimo más de lo que me costó conseguirlos.

» El juego de la Escondida


Digamos que se llamaban Juan y María. Digamos que tenían 9 o 10 años. Jugaban a la escondida con el resto de los pibes del barrio. A Juan le tocaba contar, hasta 10, hasta 100... A María le tocaba esconderse. Buscó un lugar, ni muy cerca ni muy lejos, ni muy oculta ni demasiado a la vista.

“Noventa y nueeeeve ..... CIEN! Punto y coma el que no se escondió se embroma”...

Y Juan la vio, ahi, agachadita. Y se hizo el que no la vio, porque en realidad María le gustaba y no era de caballero mandarla al frente tan pronto. Y María se dio cuenta de que la había visto, y pensó que la ignoraba.

Y vio que quedaba la “piedra libre” y estuvo a punto de correr y cantar, pero a María le gustaba Juan, y le pareció que no era digno de una dama humillarlo así tan pronto, mejor esperar a que la vea salir y correr a la par, y dejarse ganar, [pero por poquito].

Pero Juan seguía descubriendo gente y corriendo y volviendo a pasarle por el costado, y ella seguía sintiendo que la ignoraba.

Entonces amasó angustia desde el escondite. Y pasó por todos los estados de la ofensa. Y planeó su pequeña venganza. Y cuando no quedaba nadie por descubrir, ella aprovechó un descuido de él [mentira, Juan no era descuidado, lo hizo a propósito] y corrió, corrió rapidísimo, con el corazón en la boca y el pelo en la cara, y con los pulmones infladísimos gritó, tocando la pared, “piedra libre para todos mis compañeros!!!!!!”.

Y a Juan le tocó contar de nuevo.

Y a María esconderse. Pero esta vez se escondió de verdad.