Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Arder

Curiosidad. Fue simple curiosidad la que la llevó a aceptar la cerveza, el humo, los besos y los orgasmos [en ese orden].
Total... había abandonado recientemente esa manía de besar sapos esperando que se conviertan en príncipes.
Desafío. Fue simple desafío lo que lo llevó a él a ofrecer descaradamente una y otra vez esas cosas [y algunas otras].
Total... llevaba medio siglo agotador despertando princesas que la jugaban de dormidas.
 

Ella, la mina curiosa, de treintipico. Él, el adultescente desafiante, de veintipico.
Y se dieron eso. Humo, besos y orgasmos. Durante un tiempo. Un tiempo adorablemente largo.
Se dieron toda la intensidad que les salió de adentro [y de afuera].
Se dieron lengüetazos con ganas, y miradas de esas de tenerse ganas.
Se dieron manotazos de ahogado y manos que naufragaron por todos los rincones.
Se dieron una perfecta sobredosis de mimos, música y risas. Y compañía desinteresada, de a ratos.
Cometieron varios excesos, menos el de quererse de más.
Nadie daba un peso por esos dos desparejos. Nadie.
Y aunque no había cuento de hadas, ellos igual ardieron.
Y supieron que no todo lo que arde se quema
Y que no siempre resulta tan peligroso jugar con fuego

Dicen los que los conocen que no hubo colorín colorado ni comieron perdices.
Pero que cada vez que pudieron vivieron felices. Para siempre.
Para ese "siempre" momentáneo que ellos se inventaron cada vez [y todas las veces] que pudieron.