Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

invisibilidad

Y en el momento exacto en que te convencés de que lo que importa es la actitud, que lo que manda es la sonrisa y que las conquistas son de los valientes viene una ráfaga de frustración que te despeina el alma. Te la despeina y te la enreda toda. Te vuelve a tirar para atrás, te arremolina las medias y las ideas y te deja sentada de culo en tu invisibilidad. Porque volvés a ser invisible a plena luz del día, volvés a sentir la ausencia de miradas, la carencia de cumplidos, la falta de atención. Y toda la gente que te rodea, que es mucha y hace ruido, te pasa por encima como si no estuvieras, como si fueras un fantasma. Y te pisan la sábana rotosa de fantasma tercermundista. Y te dejan sola. Sola y rodeada de todas las risas, de todos los bailes, de toda la música, que no son ni tu música, ni tu baile, ni tu risa.
Y así, invisible y fantasmagórica, levantás la sábana del suelo junto con tu autoestima, las llaves de casa,
la dignidad y un par de caramelos que se te cayeron y encarás la vuelta a vos misma, a ese estado de hermetismo en el que te sentís tan cómoda, donde nadie te ignora porque nadie entra, donde la soledad no pesa nada y el rechazo no se puede conjugar en ningún tiempo verbal. Guardás la sonrisa en la heladera para que no se eche a perder y la actitud en el cajón de la mesita de luz. Colgás los zapatos de una percha, tomás aire y un vaso de agua y te vas a dormir pensando en que el fracaso huele a eso, a invisibilidad y fantasmas que, por no saber, ni siquiera saben asustar.

»Dice Alejandra Pizarnik:
"Lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve

¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?"



» Buzones

En los tiempos donde la palabra escrita y sellada a lengüetazos de sobre tenía un valor especial, los buzones cumplían una misión muy importante. Eran los custodios de esas palabras, los encargados de mantener incorruptos los juramentos de amor, de preservar la frescura y la espontaneidad de los relatos y los chismes, de conservar los sentimientos y los significados con la intensidad con que fueron escritos, de sostener en pie invitaciones y rechazos...

Los buzones sabían respetar [y congelar] ese otro tiempo real, ese que transcurría entre el momento en el que las palabras salían de la mano y se encerraban en un sobre [con premeditación, alevosía, y sello postal], y el instante en el que otros ojos las leían.

En pleno tercer milenio yo sigo mandando cartas con manchitas de tinta y borrones, sin pasarlas en limpio, palabras en crudo... pero ya no me fío nada del poder de los buzones.

Me contaron que el tiempo y la falta de uso los fueron deteriorando, que hoy están llenos de agujeritos por donde se escapan las pasiones y la espontaneidad. Ya no pueden conservar adecuadamente la fuerza de la palabra, y cuando la carta llega a destino, suele llegar medio rancia, con vestigios de la sinceridad con la que fue escrita.

Así que puede ser que un día de estos encuentres en tu buzón, desorientada entre las ofertas del súper y la boleta del gas, una carta con estampilla. Puede ser que la abras y esté vacía, que las palabras se hayan evaporado en el buzón [con su incapacidad de retenerlas, intactas].

Pero si así y todo insistieras y lograras leer alguna de esas palabras, no les hagas caso, perdieron su fuerza, son palabras leídas a destiempo, vacías de emociones, desnudas de pasión, que alimentaron un rato el buzón de mi alma y hoy llegan a vos borradas, en silencio, casi muertas.

» Viento en contra

Mirás ese sol frío y debilucho de otoño y le hacés frente. La calle está desierta [o al menos para vos, que la gente te resbala, invisible en tu autismo por opción]
Tenés las ganas. Y pedaleás cantando fuerte, desafinando en tu sordera de emepetrés.
La calle se alarga. La calle es un fideo gris interminable. Y seguís. Una subida demasiado empinada, apretás el ritmo, le metés más pierna, más garra, cantás hasta escucharte. Y seguís. Difícil, pero seguís.

Y entonces te das cuenta. Ya no es el frío en las manos, la cuesta arriba que te cuesta tanto, la falta de ganas.
Es ese viento en contra, que te azota la cara, que zumba en tu sordera, que te tira para atrás, que no te deja avanzar.
Podés bajarte de la bici y seguir caminando, más lento, con el viento en contra y la bici pesándote como una culpa que no buscaste cargar.
Podés quedarte ahí, clavado a tu rueda inmóvil, esperando alguna racha [que llega tarde] o una calma chicha [que nunca llega].

O podés seguir, cantando fuerte, pero en otra dirección... Total, las ganas las tenés y siempre para algún lado, el viento te va a soplar a favor.


» La gravedad del otoño

En el otoño la Ley de Gravedad funciona de otra manera, por algo se caen las hojas de los árboles.

Yo lo puedo probar: a mí se me caen demasiadas cosas en el otoño. Se me cae el pelo mucho más de lo habitual. Se me caen algunos ídolos y algunos estandartes que creía firmemente embanderados. Hay tardes de otoño en que se me caen los ánimos y ciertas madrugadas que se me cae la ceniza del cigarrillo junto con algunas lágrimas.


En otoño tengo que tener cuidado porque se me puede caer la autoestima, o se me puede ir el alma al piso sin motivos aparentes. O caminando por cualquier calle, barriendo con los zapatos las migas de los árboles, se me puede caer una sonrisa, como sin querer. O algunos suspiros [se me caen varios suspiros].


El otoño hace que se me caigan de la cabeza, junto con el pelo, pensamientos extraños. Y también algunas ilusiones. Y no se extrañen si por ahí ven, [o creen ver] que se me resbalan unas ganas, unas terribles ganas, de que me quieran más de la cuenta.


[No se les vaya a ocurrir hacerme caso, es culpa del otoño, que funciona con una gravedad distinta, que hace que se me caiga el amor de las manos].


» Canción: When All The Stars Were Falling | Lisa Loeb | Album: Tails [1995]

When all the stars were falling,
I reached up like you said.
All the stars were falling, one hit me in the head,
and I fell down, down, down.
I fell down, down.

When all the stars were falling,
They fell from above
And I thought of hate, and I thought of hate,
And then I thought of love.
And I fell down, down, down,
I fell down, down.

And I’ve learned how to dance from a Vincent Van Gogh,
And the nights were wrapped in a white sheet,
And now no one even says hello,
cause I couldnt stand on my two feet
I fell down
I fell down.
Now the peace you will find, in your own you have found,
The lights of the city are the stars on the ground.
“I may not be a quaalude living in a speed zone”,(*)
But I could be restful, I could be someone’s home,
If I fell down,
And I fell down, down.
Now all the stars have fallen.


(*) Quoted from a New York City cab driver 

» Promesa de lluvia

Llevaba días deseando la lluvia. Me aburren los cielos siempre azules. Necesito chaparrones de vez en cuando [la dosis justa... ¿una vez por semana?]

El calor venía amasando una buena tormenta, de esas violetas y grises, con pinta de cabronas. ¡Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva!.

Abrí todas las ventanas porque al aire se le ocurrió ponerse fresquito, con olor a "va-a-llover" y albahaca de las macetas. Los relámpagos cruzaban desde todos lados dando, gratis, un show de luces en el pedazo de cielo cuadrado de mi patio cuadrado. Para el aplauso, de verdad.

Y estalló el agua. Y empezó a llover, no desde arriba, sino como de costado, paralela al horizonte corría el agua. Y llovió fuerte, llovió mucha lluvia... pero llovió un rato, nada más...

A veces pienso que esta ciudad no sabe nada, y por no saber, ni siquiera sabe llover.


» Cuento Chino

Él se moría por ir a una parrillita en la costanera.
Ella hubiera matado por un plato de pastas caseras.
Pero terminaron en un restaurante de comida oriental.
A él le pareció bien sofisticado.
A ella le pareció mal decir que no.
El menú era inentendible, los mozos prácticamente mudos y los tenedores una especie en extinción.
Eligieron al azar. O por el precio [lo menos caro].
Seis o siete intentos con los palitos y ninguno de los dos quiso arriesgar más. Demasiados papelones para una primera cita.
Se resolvió un "no-tengo-hambre" por unanimidad.
Ella se excusó y dijo que iba al baño.
A los veinte minutos él decidió que ella no iba a volver.
Pidió la cuenta, pagó y se fue sin dejar propina.
Mientras ella caminaba buscando un taxi, mareada por los olores y colores de una comida que no probó, pensó que pucha, qué macana, pero menos mal que me di cuenta en la primera cita, que al amor no lo entiendo en ideogramas y dragones y que cuando llegue a casa me hago un plato de fideos con manteca y queso
Mientras él caminaba hasta el auto, mareado por el vino que terminó tomándose solo pensó que pucha, qué macana, que era linda mina pero rara, que las mujeres para mí siguen siendo chino básico y que mejor paso por el puestito de la esquina y me como un choripán.

» Animal de costumbre

Se equivocaron. Los patos se equivocaron. Pensaron que había laguna, pero no había. Pensaron que quizás llegaría el agua, que llovería como en el bíblico diluvio universal y brotaría el lago. Pero no llovió.

Y se fueron acostumbrando.

Se acostumbraron a nadar sobre la tierra, a flotar en la dureza del terreno, a mecerse sin olas, sólo con el viento, que arrastra polvo y ensucia las plumas.

Y se fueron quedando, adormecidos de rutina y tedio.

Y quizás un día empiece a llover. Y se inunde de agua todo el terreno. Y las plumas se mojen y las alas se hundan. Y floten a la deriva, llevados por la corriente.

O no... O puede ser que cuando llegue el agua, estén tan, pero tan acostumbrados a la sequía, que terminen ahogados.

El hombre. El hombre se equivoca. Y espera el cambio...

Pero se acostumbra.