Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Cruce

"No creo en los horóscopos ni en los psicólogos", le dijo ella en la cara al psicólogo que le ofrecía un fernet de mala vida en ese bar de mala muerte. Y lo volvió a repetir unas cuántas veces más a lo ancho de la noche [porque la noche no fue larga, fue ancha, anchísima], acentuando esas esdrújulas, como que por el sólo hecho de ser esdrújulas las dos palabras estuvieran emparentadas o fueran sinónimos.
Y el psicólogo le insinuó que por algo se habían cruzado. Y al rato se la ganó. Y la enamoró con promesas e ilusiones que sólo saben usar los que entienden de horóscopos. Y palabras y silencios que sólo saben usar los psicólogos. Claro, además era escorpiano...
La cosa es que pintó noche perfecta con una terrible proyección a vida perfecta, y ella no lo tenía planeado.
Como no tenía planeado reconocer en el tipo al hombre completo que había estado esperando cruzarse en alguna esquina.
Como no tenía planeado enamorarse.
Y se le encendieron todas las alarmas. Y salió corriendo de esa casa, bien entrada la mañana, sin dejar teléfono, dirección o el zapato de cristal en el zaguán.
Él la buscó un rato. Y la encontró.
Pero ya era tarde.
Ella ya se había perdido de nuevo, agradeciendo haber huído a tiempo del cruce perfecto que le prometía júpiter en la casa de aries y de ese psicólogo que la entendería demasiado bien.
Él se aburrió enseguida y se enamoró de una capricorniana sumisa y hermosa.
Hoy se cruzan todas las mañanas en la misma esquina, cuando van a trabajar.
Hipócrita, piensa ella.
Histérica, murmura él.
Los dos en perfecto esdrújulo.
Y no se saludan.