Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Requiem para un amor libre

Anduve barriendo los últimos tequieros que se te cayeron al costado de la cama.
Me dediqué un par de días a sacudir las sonrisas del sillón, porque había tantas que terminaban acobardando a mi tristeza.
Le pasé un trapo, [con una vehemencia enfermiza, lo reconozco] a las huellas digitales de tus últimos mimos, que seguían taladrándome con manos invisibles por todas mis esquinas.
Me puse perfume para aplacar, a fuerza de jazmines, un pedacito de tu aliento que se quedó atrapado en la parte de atrás de mi oreja derecha.
Estuve un rato largo apretando los ojos para eliminar de mis pupilas la transparencia húmeda de las tuyas, tan empecinadas en llevarle la contra a tus palabras, cojonudas palabras de despedida.
Y no hubo caso, che.
Del alma. No consigo despegarte del alma, de ese recoveco donde se me acumulan los suspiros que no van a llegar a ningún lado, como vos y yo, irreconciliables diferencias entre vaya uno a saber qué pensamientos y qué sentimientos, poniéndole punto final a un amor libre, que de tan libre se me fue volando, que de tan amor me dejó queriéndote.

¿Que si duele? Claro que duele. Y mucho. Pero dejo que duela, dejo que sangre ¿sabés por qué? Porque al fin de cuentas [y nunca mejor dicho] VALIÓ la PENA.