Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Tranquila

Confieso que corrí mucho y muy rápido, que derrapé en algunas curvas demasiado rectas, que me salí de mí misma, que rebalsé de mi vaso.

Confieso que ignoré el peligro, que coqueteé con la locura, que toreé la cautela, que chapoteé en el barro y nadé [pecho, espalda y mariposa] en lo desconocido.

Confieso también que amé profunda y descaradamente, que besé todo lo que pude hasta gastarme los labios, que abracé hasta no sentir los brazos, que me fui tantas veces de boca y que en lugar de mentir preferí omitir detalles.

Confieso que me dejé querer de a ratos, que me dejé querer entera, que quise querer y no pude, que pude querer y no quise.

Confieso, sin arrepentirme, que probé la alegría y la tristeza en dosis extremas y sin precauciones, que me sumergí en la música de todo tipo, que bailé con los brazos abiertos y los ojos cerrados, que me reí a carcajadas del destino, que le saqué la lengua a la prudencia y di un paseo largo con la irresponsabilidad.

Confieso que hoy, después de correr, tropezar, caerme, golpearme, levantarme, sacudirme, mirarme y pensar... elijo las calles tranquilas.

No descarto que las avenidas me tienten, que el horizonte me invite a correr, que las cosquillas en los pies me suban hasta el alma. Pero al menos, en las calles tranquilas, las oportunidades andan más quietas y no se me van a pasar de largo.


» [Cada tanto, muy cada tanto, me dan ganas de sentir que me estoy haciendo mayor.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario