Convengamos. Somos pocos los que disfrutamos el invierno, esta estación despiadada que deja pelados los árboles, entristece los canteros, manda a dormir a algunos bichos [y otros humanos], resquebraja la piel, el pelo y el alma. El invierno engorda. Frustra paseos y asados, esconde ombligos y dedos gordos de los pies, acobarda trasnochadas y acorta despedidas de zaguán.
A mí me gusta el frío intenso. Me gusta sentirlo en la cara, me llena de vida salir a la calle y, aunque no sea temprano, ganarle de mano al amanecer. Me gusta dormir tapada hasta acá arriba [y tener que entrar en calor más de la cuenta]. Me gusta el color que toman las cosas en invierno, ese tono brumoso, de postal antigua, de libro muy usado, de madera añosa [olorcito a humo y bosque de eucaliptus]...
Pensalo así: el invierno no es más que una primavera latente. Es un descanso, un refugio, un presagio del calor que viene, del estallido. Es dejar macerando el alma, poner en remojo el espíritu, darle un respiro a las emociones, estabilizar sentimientos, para poder encarar, enterito, a esa otra estación que siempre [pero siempre, eh!] está ahí, al otro lado, cruzando el invierno.
Dale, abrigate. Hacé crunch sobre el felpudo de hojas que dejó el otoño y entrá al invierno con la cara al aire, que cuando hayas logrado la paz monótona de los días cortos va a caerte encima una primavera insolente y escandalosa, dispuesta a alborotarte las hormonas.
A mí me gusta el frío intenso. Me gusta sentirlo en la cara, me llena de vida salir a la calle y, aunque no sea temprano, ganarle de mano al amanecer. Me gusta dormir tapada hasta acá arriba [y tener que entrar en calor más de la cuenta]. Me gusta el color que toman las cosas en invierno, ese tono brumoso, de postal antigua, de libro muy usado, de madera añosa [olorcito a humo y bosque de eucaliptus]...
Pensalo así: el invierno no es más que una primavera latente. Es un descanso, un refugio, un presagio del calor que viene, del estallido. Es dejar macerando el alma, poner en remojo el espíritu, darle un respiro a las emociones, estabilizar sentimientos, para poder encarar, enterito, a esa otra estación que siempre [pero siempre, eh!] está ahí, al otro lado, cruzando el invierno.
Dale, abrigate. Hacé crunch sobre el felpudo de hojas que dejó el otoño y entrá al invierno con la cara al aire, que cuando hayas logrado la paz monótona de los días cortos va a caerte encima una primavera insolente y escandalosa, dispuesta a alborotarte las hormonas.
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