Divertida y perpleja, siendo chica y bien educadita, ante una magnífica puteada que se le escapó a un adulto, me tocó escuchar la “máxima” con la que se defendió [y que fue mi habeas corpus en más de una ocasión]: “No existen las malas palabras, sino las malas intenciones al usarlas”.
Las palabras no son nada si no las cargamos nosotros de significados. Arañitas y garrapatas. Astas curvas, rectas y colgantes. Virgulillas, tarabitas y pilastras. Puntos sobre las ies [y las jotas?] que sueltas no significan nada.
Puedo pasarme la noche enhebrando letras para formar palabras, hilvanando palabras para alinear oraciones y amontonarlas en algún rincón de mi silencio para despejar dudas. Basta con que alguien las lea y les de un significado para que esas palabras me representen, me definan, me traicionen desnudando mi alma.
No existen las malas palabras.
Y se me aparece la palabra “LIBRE” en la cerradura de una puerta, irónica, paradójica. Carente totalmente de verdadero significado. En una puerta que cuando muestra descaradamente la facultad de “libre” invita a pasar al encierro, y desde adentro, con pegarle media vueltita a esa libertad, no sólo se consigue cerrar herméticamente la puerta, sino que además se señala, sin equívocos, que la libertad quedó “ocupada”.
Las palabras no son nada si no las cargamos nosotros de significados. Arañitas y garrapatas. Astas curvas, rectas y colgantes. Virgulillas, tarabitas y pilastras. Puntos sobre las ies [y las jotas?] que sueltas no significan nada.
Puedo pasarme la noche enhebrando letras para formar palabras, hilvanando palabras para alinear oraciones y amontonarlas en algún rincón de mi silencio para despejar dudas. Basta con que alguien las lea y les de un significado para que esas palabras me representen, me definan, me traicionen desnudando mi alma.
No existen las malas palabras.
Y se me aparece la palabra “LIBRE” en la cerradura de una puerta, irónica, paradójica. Carente totalmente de verdadero significado. En una puerta que cuando muestra descaradamente la facultad de “libre” invita a pasar al encierro, y desde adentro, con pegarle media vueltita a esa libertad, no sólo se consigue cerrar herméticamente la puerta, sino que además se señala, sin equívocos, que la libertad quedó “ocupada”.
Malas palabras, malas intenciones... A veces es preferible el silencio.
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