Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» Malas palabras

Divertida y perpleja, siendo chica y bien educadita, ante una magnífica puteada que se le escapó a un adulto, me tocó escuchar la “máxima” con la que se defendió [y que fue mi habeas corpus en más de una ocasión]: “No existen las malas palabras, sino las malas intenciones al usarlas”.
Las palabras no son nada si no las cargamos nosotros de significados. Arañitas y garrapatas. Astas curvas, rectas y colgantes. Virgulillas, tarabitas y pilastras. Puntos sobre las ies [y las jotas?] que sueltas no significan nada.
Puedo pasarme la noche enhebrando letras para formar palabras, hilvanando palabras para alinear oraciones y amontonarlas en algún rincón de mi silencio para despejar dudas. Basta con que alguien las lea y les de un significado para que esas palabras me representen, me definan, me traicionen desnudando mi alma.
No existen las malas palabras.
Y se me aparece la palabra “LIBRE” en la cerradura de una puerta, irónica, paradójica. Carente totalmente de verdadero significado. En una puerta que cuando muestra descaradamente la facultad de “libre” invita a pasar al encierro, y desde adentro, con pegarle media vueltita a esa libertad, no sólo se consigue cerrar herméticamente la puerta, sino que además se señala, sin equívocos, que la libertad quedó “ocupada”.

Malas palabras, malas intenciones... A veces es preferible el silencio.

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