Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!

» El juego de la Escondida


Digamos que se llamaban Juan y María. Digamos que tenían 9 o 10 años. Jugaban a la escondida con el resto de los pibes del barrio. A Juan le tocaba contar, hasta 10, hasta 100... A María le tocaba esconderse. Buscó un lugar, ni muy cerca ni muy lejos, ni muy oculta ni demasiado a la vista.

“Noventa y nueeeeve ..... CIEN! Punto y coma el que no se escondió se embroma”...

Y Juan la vio, ahi, agachadita. Y se hizo el que no la vio, porque en realidad María le gustaba y no era de caballero mandarla al frente tan pronto. Y María se dio cuenta de que la había visto, y pensó que la ignoraba.

Y vio que quedaba la “piedra libre” y estuvo a punto de correr y cantar, pero a María le gustaba Juan, y le pareció que no era digno de una dama humillarlo así tan pronto, mejor esperar a que la vea salir y correr a la par, y dejarse ganar, [pero por poquito].

Pero Juan seguía descubriendo gente y corriendo y volviendo a pasarle por el costado, y ella seguía sintiendo que la ignoraba.

Entonces amasó angustia desde el escondite. Y pasó por todos los estados de la ofensa. Y planeó su pequeña venganza. Y cuando no quedaba nadie por descubrir, ella aprovechó un descuido de él [mentira, Juan no era descuidado, lo hizo a propósito] y corrió, corrió rapidísimo, con el corazón en la boca y el pelo en la cara, y con los pulmones infladísimos gritó, tocando la pared, “piedra libre para todos mis compañeros!!!!!!”.

Y a Juan le tocó contar de nuevo.

Y a María esconderse. Pero esta vez se escondió de verdad.

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