Tengo la maldita costumbre de acumular cosas. Coleccionar cosas. Inventar colecciones a partir de dos o tres objetos que repiten un patrón o tienen algo en común. Y así arranqué con las cajitas de fósforos, con los sobrecitos de azúcar; seguí con los lápices, las gomas de borrar y papeles de todo tipo; alguna que otra vez lo intenté [sin suerte] con posavasos, boletos de colectivo y almanaques...
Hay gente que no entiende mis minicolecciones. No cuestan nada, son cosas que no se compran pero para mí valen oro. Como mis monedas. Viejas, oxidadas, ya no "cuestan" lo que señala el número.
No son ni antiguas ni valiosas. Son recuerdos de distintos lugares, de distintas personas.
Eso colecciono también: personas. Tienen que tener cosas en común, como toda colección. Y entonces voy por la vida juntando personas que tengan el corazón grandísimo, la risa contagiosa [si es con arruguitas a los costados o con hoyitos, mejor], un alma a prueba de balas, un aguante a prueba de yo misma, y la grandeza suficiente para que terminen valiéndome muchísimo más de lo que me costó conseguirlos.
Eso colecciono también: personas. Tienen que tener cosas en común, como toda colección. Y entonces voy por la vida juntando personas que tengan el corazón grandísimo, la risa contagiosa [si es con arruguitas a los costados o con hoyitos, mejor], un alma a prueba de balas, un aguante a prueba de yo misma, y la grandeza suficiente para que terminen valiéndome muchísimo más de lo que me costó conseguirlos.
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