"No creo en los horóscopos ni en los psicólogos", le dijo ella en la cara al psicólogo que le ofrecía un fernet de mala vida en ese bar de mala muerte. Y lo volvió a repetir unas cuántas veces más a lo ancho de la noche [porque la noche no fue larga, fue ancha, anchísima], acentuando esas esdrújulas, como que por el sólo hecho de ser esdrújulas las dos palabras estuvieran emparentadas o fueran sinónimos.
Y el psicólogo le insinuó que por algo se habían cruzado. Y al rato se la ganó. Y la enamoró con promesas e ilusiones que sólo saben usar los que entienden de horóscopos. Y palabras y silencios que sólo saben usar los psicólogos. Claro, además era escorpiano...
La cosa es que pintó noche perfecta con una terrible proyección a vida perfecta, y ella no lo tenía planeado.
Como no tenía planeado reconocer en el tipo al hombre completo que había estado esperando cruzarse en alguna esquina.
Como no tenía planeado enamorarse.
Y se le encendieron todas las alarmas. Y salió corriendo de esa casa, bien entrada la mañana, sin dejar teléfono, dirección o el zapato de cristal en el zaguán.
Él la buscó un rato. Y la encontró.
Pero ya era tarde.
Ella ya se había perdido de nuevo, agradeciendo haber huído a tiempo del cruce perfecto que le prometía júpiter en la casa de aries y de ese psicólogo que la entendería demasiado bien.
Él se aburrió enseguida y se enamoró de una capricorniana sumisa y hermosa.
Hoy se cruzan todas las mañanas en la misma esquina, cuando van a trabajar.
Hipócrita, piensa ella.
Histérica, murmura él.
Los dos en perfecto esdrújulo.
Y no se saludan.
Y el psicólogo le insinuó que por algo se habían cruzado. Y al rato se la ganó. Y la enamoró con promesas e ilusiones que sólo saben usar los que entienden de horóscopos. Y palabras y silencios que sólo saben usar los psicólogos. Claro, además era escorpiano...
La cosa es que pintó noche perfecta con una terrible proyección a vida perfecta, y ella no lo tenía planeado.
Como no tenía planeado reconocer en el tipo al hombre completo que había estado esperando cruzarse en alguna esquina.
Como no tenía planeado enamorarse.
Y se le encendieron todas las alarmas. Y salió corriendo de esa casa, bien entrada la mañana, sin dejar teléfono, dirección o el zapato de cristal en el zaguán.
Él la buscó un rato. Y la encontró.
Pero ya era tarde.
Ella ya se había perdido de nuevo, agradeciendo haber huído a tiempo del cruce perfecto que le prometía júpiter en la casa de aries y de ese psicólogo que la entendería demasiado bien.
Él se aburrió enseguida y se enamoró de una capricorniana sumisa y hermosa.
Hoy se cruzan todas las mañanas en la misma esquina, cuando van a trabajar.
Hipócrita, piensa ella.
Histérica, murmura él.
Los dos en perfecto esdrújulo.
Y no se saludan.