
Las palabras no son nada si no las cargamos nosotros de significados. Arañitas y garrapatas. Astas curvas, rectas y colgantes. Virgulillas, tarabitas y pilastras. Puntos sobre las ies [y las jotas?] que sueltas no significan nada.
Puedo pasarme la noche enhebrando letras para formar palabras, hilvanando palabras para alinear oraciones y amontonarlas en algún rincón de mi silencio para despejar dudas. Basta con que alguien las lea y les de un significado para que esas palabras me representen, me definan, me traicionen desnudando mi alma.
No existen las malas palabras.
Y se me aparece la palabra “LIBRE” en la cerradura de una puerta, irónica, paradójica. Carente totalmente de verdadero significado. En una puerta que cuando muestra descaradamente la facultad de “libre” invita a pasar al encierro, y desde adentro, con pegarle media vueltita a esa libertad, no sólo se consigue cerrar herméticamente la puerta, sino que además se señala, sin equívocos, que la libertad quedó “ocupada”.
Malas palabras, malas intenciones... A veces es preferible el silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario